Trabajadores secuetrados en Camisea fueron liberados



Después de siete horas de larga caminata, Juan Choque fue el primero en comunicarse vía telefónica con su esposa Noemí Lave. Sin embargo, tendrá que esperar hasta hoy para recién poder ver a toda su familia.

Un grupo de 36 extraños ingresaron a la plaza ante el asombro de los pobladores el pequeño poblado de Chihuanquiri, que integra el Valle de San Miguel del distrito de Vilcabamba, provincia cusqueña de La Convención. Eran casi las once de la mañana y los trabajadores de Camisea respiraban libertad desde hace siete horas en una larga caminata. Sus trajes naranjas con láminas plateadas ya no brillaban a la luz del día; estaban sucios y desgastados. Aunque eso no podía quitar la frescura de sus rostros. La llamaron Operación Libertad.

El primero en establecer contacto con sus parientes fue Juan Choque. Desde Kiteni, su esposa Noemí Lave contestó la llamada de un número desconocido, siempre con el temor de recibir malas noticias.

–Aló, Noemí. Escucha bien lo que te voy a decir. Ya estamos regresando. Espérame donde te encuentres. No te muevas. Ya no te preocupes.

Era la voz que Noemí deseaba escuchar desde hace cinco días. Fue desde el teléfono comunitario de Chihuanquiri desde cual Noemí recibía la llamada.

–¿Juan? ¿Eres tú? No me engañes, por favor. ¿Eres tú, Juan? –respondió, inquieta, la mujer.

–¡Sí, soy yo! ¡Juan! Estoy bien. Ya estoy yendo para Kiteni. Estamos bien. ¡Estamos libres! –gritó Choque desde el poblado de Chihuanquiri.

–¿Juan, eres tú? ¿Estás sano?

–Sí, sí, soy Juan. Espérame en Kiteni. ¡Allá vamos todos!

Las palabras no salían de la boca de Noemí. Juan solo podía escuchar los sollozos entre el silencio de la expectativa. Decidió proseguir en ánimo tranquilizador para su esposa.

–No llores, Noemí. Ya estoy de regreso. Diles a los chicos, a mi mamá y a mis hermanos que estoy bien. Nos vemos pronto. Yo estoy en Chihuanquiri. Nos van a venir recoger. Ya no llores más, mi amor, todos hemos sido liberados.

A esas alturas del diálogo, su esposa ya creía que el hombre del otro lado de la línea era su esposo. Sus lágrimas seguían hablando por ella. Se quedó callada y siguió escuchando las instrucciones. Juan se subiría a un bus que lo llevaría –junto a sus compañeros– hasta Yuveni, donde ya estaban las fuerzas del orden en espera.

Juan y Noemí cortaron, pero otros celulares comenzaron a timbrar. Las esposas y familiares contestaban al instante ya con lágrimas en los ojos. Vanessa Estrada Valverde y su pequeña hija de cinco años bautizada como Sumerly recibieron la llamada de Alberto Quispe Luza, otro de los 36 secuestrados el lunes por la madrugada en Kepashiato-Echarate por una columna narcoterrorista.

"Me dijo que está bien y que ya va a llegar para estar con nosotras. Sumerly también está muy feliz", contó a este diario tras cortar la comunicación telefónica con su esposo.

"Me siento muy feliz. Todos estamos felices. Yo estoy aquí con mis hijos Miryam y Dorian y estamos felices esperando que llegues aquí". Esta vez era la esposa y madre de los nueve hijos de Miguel Medina Flórez quien expresaba su alegría por la liberación de su pareja.

Esas breves llamadas tranquilizadoras serían lo único que sabrían de sus esposos durante todo el día.

Para verlos tendrían que esperar los chequeos médicos y la foto oficial del presidente Ollanta Humala.

Los 36 fueron resguardados a la espera de la llegada mandatario peruano proveniente de Colombia, donde asistió a la Cumbre de las Américas. La foto oficial del rescate recién podrá ser posible hoy.

PADRENUESTROS

El momento emotivo de las llamadas telefónicas recién ocurrió a las 5 de la tarde. Después de que cada uno se comunicara con sus respectivos familiares, se trasladaron a la plaza de Chihuanquiri, donde se abrazaron y rezaron. La plegaria elegida fue el Padrenuestro y con ello agradecieron por haber salido con vida del cautiverio.

En Kiteni, a una hora de viaje en vehículo, sus familiares rezaban por que la larga espera se acorte y puedan encontrarse con los 36 de Camisea.

Y mientras los periodistas rezaban por tener la primicia y el gobierno por llevarse los créditos, las declaraciones de Fortunato Roca Ataulluco cayeron como estallido de bomba.

"Nosotros fuimos liberados voluntariamente. Cuidado con la prensa y con las Fuerzas Armadas al decir que hemos sido rescatados", dijo en medio de las dudas por saber si es que fueron liberados por el cercamiento de las fuerzas del orden o el pago de la empresa al pedido de rescate de 10 millones de dólares americanos.

Les daban de comer y no los maltrataban, pero todo el tiempo los tenían caminando. Los informaban al fondo de la selva. En razón de ello, más de uno cuenta con heridas en los pies y calambres por el largo trecho. Una foto muestra a un soldado cargando a uno de los secuestrados hasta el helicóptero en Puerto Rico, desde donde fueron evacuados al aeródromo de TGP en Kiteni, para luego pasar una exhaustiva revisión médica. Trocha a trocha, el mayor infierno fue la angustia de no saber cuál iba a ser su destino.

"En el momento de la liberación no hubo enfrentamiento. Los senderistas nos liberaron. A las 4 de la mañana (de este sábado) nos dijeron que podíamos irnos y nos señalaron el camino de retorno", narró otro ex rehén Ronald Aguirre.

LOS TRES DEL ESCAPE

En la espesa y compacta selva, tres trabajadores osaron escapar antes de la liberación. Un enfrentamiento entre fuerzas del orden y terroristas habría permitido la hazaña. Todo empezó con una balacera la noche del viernes. En ese momento en que sus mentes imaginaban un enfrentamiento que podía terminar con sus vidas en el solitario bosque, algunos intentaron escapar tan rápidos como las balas que se escuchaban a lo lejos de su ubicación.

"En esa balacera, que ocurrió anoche, tres compañeros nuestros salieron para escapar. Nos cuentan que ellos llegaron el viernes", narró uno de los rehenes.

"Fue una pesadilla. Sobre todo para la familia", diría otro rehén en voz baja, como quien hace notar que la desesperación fue el mayor maltrato que pudieron sufrir en medio de tanto verde de los bosques.

Ahí, en medio de la nada, se alimentaban una vez al día. El alimento usual era la sopa, la que traían los subversivos en baldes. Una sopa de fideos que no sabían dónde ni cómo era preparada, pero que ingerían como si fuera el último alimento de sus vidas. Era mejor comer fideos que desesperación.

Los campamentos terroristas los obligaban a dormir en el campo y el monte. Dependía de dónde los atrapaba la noche. Esas noches en las que el sueño se daba con los ojos abiertos y entre miradas cómplices de aliento para no desfallecer en el instinto de supervivencia. Sus pasos iban acompañados de órdenes narcoterroristas que les decían "ya falta poco" repetidas veces en cada movilización entre monte y monte.

"Las 36 personas que salimos estamos acá (...) gracias a todos en Chihuanquiri por la acogida y a Dios por este día tan grande", mencionaron.

NIÑOS GUARDIA

Cuando Juan Choque llamó a su esposa, el celular estaba en altavoz. Allí se pudo escuchar detalles del cautiverio. Los cálculos del secuestrado datan entre 60 y 70 sediciosos. Entre ellos pudieron encontrar dos menores de edad, provistos de mochilas y armamentos. Los niños estaban encargados de parte del resguardo sin pronunciar una sola palabra.

Estos y más detalles repetiría Choque horas más tarde en el helipuerto ubicado en la parte alta de Kiteni, donde se encuentra el Centro de Operaciones de dicha localidad. Juan ha mostrado el malestar de sus compañeros. Pese a la libertad, se sienten secuestrados. No podrán ver a sus familias hasta hoy. Tienen que esperar a que primero llegue el Presidente.

La República

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